Prepararse con sentido común
Vivimos en un mundo donde lo inesperado puede ocurrir en cualquier momento. No se trata de caer en el alarmismo ni de pensar en escenarios apocalípticos. Basta con observar nuestra realidad cotidiana: un corte prolongado de energía, una interrupción del suministro de agua, un sismo, una tormenta fuerte, una falla en los sistemas de comunicación, o incluso disturbios sociales que alteran temporalmente el funcionamiento normal de una ciudad. Son eventos que no solo pueden suceder, sino que, en muchos casos, ya han sucedido.
Frente a este tipo de situaciones, tener una mochila de emergencia no es una moda, ni un capricho, ni mucho menos un gesto de paranoia. Es una medida práctica de preparación personal. Una herramienta diseñada para ayudarte a mantener cierta autonomía y capacidad de reacción durante las primeras 72 horas posteriores a un evento disruptivo. Esas primeras horas suelen ser las más críticas, cuando los servicios de emergencia pueden estar saturados o simplemente inaccesibles, y cuando depender exclusivamente del entorno puede no ser una opción viable.
Ahora bien, no se trata de comprar un kit genérico, guardarlo en un armario y olvidarse de él. Esa es una de las ideas más comunes —y también más equivocadas— sobre lo que significa “estar preparado”. Una mochila de emergencia útil debe estar pensada con criterio, adaptada a tus necesidades reales y al contexto en el que vives. No es lo mismo prepararse en una ciudad densamente poblada que en una zona rural; no es igual vivir en una región propensa a inundaciones que en un área sísmica. Incluso dentro de una misma ciudad, el tipo de vivienda, la infraestructura disponible y las características del vecindario pueden marcar una gran diferencia en lo que necesitas tener a mano.
Además, tu mochila no es solo un conjunto de objetos. Es una expresión práctica de tu capacidad de adaptación. Sus componentes deben ser seleccionados con cuidado:
¿Tienes conocimientos básicos de primeros auxilios?
¿Sabes purificar agua si el suministro se contamina?
¿Puedes mantenerte comunicado sin depender del internet o de la red eléctrica?
¿Tienes alguna condición médica que requiere medicamentos específicos?
Todas estas preguntas deben tener una respuesta antes de que llegue la emergencia, no durante.
Por otro lado, mantener tu mochila actualizada también es parte del proceso. Revisa fechas de caducidad, el estado de los materiales, las baterías o cargadores, y asegúrate de que todo lo que lleves siga siendo útil y funcional. Lo que te servía hace un año puede no ser relevante hoy. Tus necesidades cambian, el contexto también.
Prepararse no es aislarse del mundo ni vivir con miedo. Es, por el contrario, una forma de encarar la incertidumbre con mayor confianza. Es asumir que no todo está bajo nuestro control, pero que podemos tomar ciertas decisiones con antelación que marquen la diferencia cuando las cosas no salen como estaban previstas.
Por eso, más allá de la lista de objetos —que por supuesto es importante— lo fundamental es el enfoque con el que abordas la preparación. Si logras que tu mochila de emergencia refleje con honestidad quién eres, dónde vives y qué necesitas, entonces habrás dejado atrás el concepto de “kit universal” para construir algo mucho más valioso: una herramienta realista, útil y coherente para ayudarte a atravesar momentos difíciles con un poco más de claridad y autonomía.
🩹 Tu Salud, Tu Prioridad: El Kit de Primeros Auxilios
Cuando hablamos de preparación para emergencias, hay una prioridad que no admite discusión: la salud. En medio de cualquier situación crítica —desde un desastre natural hasta un corte prolongado de servicios— tu capacidad para actuar con rapidez y criterio ante una lesión, un dolor inesperado o un problema médico menor puede marcar la diferencia entre resolver algo a tiempo o ver cómo una situación se complica innecesariamente.
Por eso, una de las decisiones más prácticas y estratégicas al organizar tu mochila de emergencia es dividir su contenido en compartimentos según función, y destinar un espacio específico —preferiblemente el bolsillo exterior— para todo lo relacionado con primeros auxilios y protección sanitaria.
¿Por qué en el exterior?
La respuesta es simple y lógica: porque en una emergencia, el tiempo importa. No vas a querer vaciar la mochila entera para encontrar una venda o un desinfectante. El botiquín debe estar a mano, visible, accesible, listo para usarse incluso bajo presión o en condiciones poco favorables (poca luz, lluvia, frío, etc.). Y no solo para ti: si sufres un accidente y otra persona necesita ayudarte, es vital que sepa de inmediato dónde están los elementos de primeros auxilios sin tener que adivinar.
¿Qué debe contener este compartimento?
El objetivo es mantenerlo compacto pero completo. No estás montando un consultorio médico portátil, sino un conjunto esencial de recursos que te permitan resolver o contener situaciones comunes de forma rápida, segura y eficaz. Estos son algunos de los elementos clave que no deberían faltar:
Medicamentos básicos
Analgésicos y antiinflamatorios (como ibuprofeno o paracetamol): útiles para calmar dolores de cabeza, musculares o fiebre, y también para reducir inflamaciones por golpes o torceduras.
Relajante muscular: puede ser útil en caminatas largas, condiciones de frío o estrés físico intenso, donde es común sufrir calambres o tensiones. Elegir un formato en comprimidos o sobre es lo más práctico para el transporte.
Material sanitario de uso general
Guantes de nitrilo: fundamentales para manipular heridas de forma higiénica, tanto por tu seguridad como por la de otros. Ocupan poco espacio y son indispensables.
Mascarillas FFP2: más allá de la protección contra virus, también sirven en entornos con humo, polvo o contaminación ambiental.
Antiséptico (como povidona yodada o clorhexidina): para limpiar cortes, raspaduras o zonas que requieren desinfección antes de aplicar una cura.
Tiritas de distintos tamaños: para cortes menores, ampollas u otras lesiones superficiales.
Gasas estériles y esparadrapo: para cubrir heridas de mayor tamaño, detener sangrados o improvisar una compresa.
Venda elástica: versátil, permite sujetar una articulación lesionada, contener una hemorragia leve o incluso improvisar un soporte.
Herramientas auxiliares
Tijeras médicas pequeñas: preferiblemente de punta roma para evitar cortes accidentales, útiles para cortar vendajes, ropa o abrir envoltorios.
Toallitas con alcohol: rápidas, prácticas, sirven tanto para desinfección de objetos como de la piel.
Termómetro digital compacto: no ocupa mucho espacio y permite valorar si se tiene fiebre, lo cual es especialmente importante si hay exposición al frío, infecciones o enfermedades preexistentes.
Un botiquín con sentido
Es importante tener claro que este botiquín no sustituye una atención médica profesional. Su función es ayudarte a resolver problemas pequeños de manera autónoma, o a contener una situación más seria mientras llega la ayuda adecuada. Es una primera línea de defensa, no una solución definitiva. Pero esa primera línea puede ser decisiva.
También hay algo que muchas personas pasan por alto: no basta con tener los elementos. Es indispensable saber cómo usarlos. Puedes llevar el mejor botiquín del mundo, pero si no sabes cuándo aplicar un antiséptico o cómo inmovilizar una torcedura, el margen de error sigue siendo alto. Por eso, junto con armar tu mochila, es recomendable adquirir conocimientos básicos de primeros auxilios. No es complicado, no toma mucho tiempo, y puede salvar vidas.
Actualizar, revisar, adaptarse
Por último, como todo en tu mochila de emergencia, este compartimento debe revisarse periódicamente. Asegúrate de que los medicamentos no estén vencidos, que la batería del termómetro este cargada y que todo lo que lleves tenga sentido para tu entorno y tu estado de salud actual. Si cambias de zona geográfica, si viajas, si tus necesidades personales varían, también debería hacerlo tu botiquín.
🛠 Herramientas
Si el primer eje de tu preparación es la salud, el segundo es la capacidad de resolver problemas prácticos en el terreno. Por eso, en cualquier mochila de emergencia bien organizada, el compartimento destinado a herramientas debe estar cuidadosamente planificado. No se trata de llevar todo lo que se te ocurra, sino de seleccionar con criterio aquellas piezas que te ayuden a adaptarte, resolver imprevistos, improvisar soluciones o mantenerte comunicado cuando las condiciones no sean las ideales.
Este espacio cumple una función esencial: darte autonomía operativa. Es decir, la capacidad de actuar sin depender exclusivamente de otros, al menos durante un tiempo. Cada herramienta tiene una razón de ser, y su utilidad va más allá de lo técnico: también representan tranquilidad mental, porque te permiten tomar decisiones concretas ante situaciones que, de otro modo, te dejarían paralizado.
A continuación, detallo el contenido clave de este compartimento, y el porqué de cada elección:
Iluminación: ver, moverse, actuar
En emergencias, la oscuridad puede convertirse rápidamente en un obstáculo serio. Por eso, en este módulo llevo siempre al menos tres fuentes de luz, cada una con un propósito distinto:
Linterna grande tipo Maglite o LED potente (pilas AA): sólida, fiable, ideal para iluminar grandes espacios o señalizar tu posición. Las pilas AA son una ventaja, ya que son fáciles de encontrar y compatibles con otros dispositivos.
Linterna táctica de bolsillo: pequeña, robusta, diseñada para uso rápido o transporte diario. Cabe en un bolsillo y está lista para usarse en segundos.
Frontal LED: insustituible cuando necesitas tener las manos libres. Ya sea para caminar en la oscuridad, revisar un mapa, montar una tienda o prestar primeros auxilios, tener luz directa sin renunciar al uso de tus manos es una ventaja real.
Corte y manipulación: herramientas que hacen más con menos
Una herramienta de corte adecuada no es un lujo: es uno de los elementos más versátiles y fundamentales en cualquier contexto de supervivencia o emergencia urbana.
Cuchillo de hoja fija (ideal si es tipo full tang, es decir, con la hoja extendida hasta el final del mango): más resistente y fiable que un cuchillo plegable. Sirve para tareas como cortar cuerda, improvisar refugios, preparar alimentos, abrir paquetes o incluso defensa personal si fuera necesario.
Multiherramienta (tipo Leatherman o similar): un recurso compacto con múltiples funciones en un solo objeto. Suele incluir alicates, destornilladores, hoja adicional, abrelatas, lima, etc. No ocupa espacio y amplía enormemente tu capacidad de improvisación.
Cinta americana (duct tape): ligera, enrollada en pequeñas vueltas (puedes envolverla alrededor de una tarjeta plástica para ahorrar espacio), sirve para reparaciones rápidas, improvisar parches, fijar elementos o incluso cerrar heridas en casos extremos.
Bridas plásticas (precintos): ocupan poco y tienen muchos usos: sujetar objetos, improvisar ataduras, reparar equipos, asegurar una mochila o incluso como cierre temporal.
Cordelería y fuego: los básicos eternos
Paracord (10 a 15 metros): resistente, ligero y versátil. Sirve para asegurar cargas, improvisar un refugio, hacer reparaciones o incluso como cordón para calzado. El paracord de buena calidad permite separar los hilos internos para usos más finos (como hilo de pescar, por ejemplo).
Encendedor de ferrocerio: fiable, no depende de combustible y genera chispas a alta temperatura incluso en condiciones húmedas. Útil para encender fuego, hornillos o señalizar. Aunque parezca básico, saber hacer fuego cambia por completo tu margen de maniobra.
Agua y comunicación: conectarse, mantenerse operativo
Filtro purificador portátil (tipo Sawyer Mini o Lifestraw): permite potabilizar agua de fuentes naturales o inseguras, algo crítico si el acceso a agua potable se ve interrumpido. Son livianos, eficaces y fáciles de usar.
Botellas plegables (tipo Platypus): no ocupan casi espacio cuando están vacías y permiten transportar o almacenar agua en marcha. Se pueden llenar en fuentes naturales, estaciones o al paso.
Walkie-talkie (con batería cargada y canal preestablecido): especialmente útil si te desplazas en grupo o vives en un área donde las redes celulares pueden fallar. Un canal de comunicación acordado permite mantener contacto sin depender del sistema de telefonía. Ideal si vives en zona rural, suburbana o durante evacuaciones temporales.
Orientación y acceso: moverse con sentido
Mapa impreso de tu ciudad o zona local, protegido con una bolsa plástica hermética o plastificado: nunca des por sentado que el GPS o el móvil funcionarán. Un mapa te permite planear rutas alternativas, evitar zonas peligrosas y ubicar recursos útiles.
Rotulador permanente: para marcar rutas, notas, puntos de interés o dejar mensajes visibles en superficies.
Llave multipropósito urbana: hay modelos diseñados para abrir puertas de acceso técnico, válvulas de gas o agua, o tapas de servicios urbanos. En un entorno urbano, esta pequeña herramienta puede darte acceso a recursos clave en situaciones críticas.
Lo más importante de este módulo es que esté adaptado a ti. No todas las herramientas tienen sentido para todas las personas o contextos. Si no sabes usar una herramienta, no la lleves «por si acaso». Es mejor tener menos, pero bien seleccionadas, que cargar peso inútil.
Además, este compartimento no es estático: si tu situación cambia (te mudas, viajas, cambian los riesgos locales), revísalo. Evalúa si algo debe reemplazarse, actualizarse o eliminarse. Un walkie-talkie sin batería no sirve de nada. Un cuchillo que no sabes afilar se volverá inútil con el tiempo.
🧼 Higiene y confort
En un contexto de emergencia, es fácil pensar que lo prioritario es simplemente sobrevivir, y que aspectos como la higiene o el descanso pueden postergarse. Pero esa idea es un error. Mantener un mínimo de cuidado personal y bienestar no es un lujo: es una estrategia de resistencia y protección física y mental. Dormir mal, estar sucio o sentirte incómodo durante varios días seguidos no solo te debilita físicamente, sino que deteriora tu capacidad de tomar decisiones, resolver problemas y mantener la calma. Por eso, este módulo de tu mochila es mucho más importante de lo que a veces se cree.
En el bolsillo personal —idealmente uno interno y de acceso fácil pero protegido— llevo todo lo necesario para mantener la higiene básica, favorecer el descanso y conservar un mínimo de comodidad durante al menos tres días de autonomía.
Ropa de recambio: lo básico para evitar infecciones y mantenerte funcional
Dos mudas completas de ropa interior y calcetines: son ligeras, ocupan poco espacio y permiten mantener la higiene en la zona más crítica del cuerpo. Usar la misma ropa interior durante días favorece la aparición de rozaduras, infecciones por hongos y malestar general.
Una camiseta de repuesto: para cambiarte si sudas o te mojas. Es simple, pero cambia radicalmente tu sensación física.
Un pantalón ligero plegable: sirve como recambio si el principal se ensucia o se moja. También puede ser una capa adicional si baja la temperatura.
Un chubasquero y paraguas plegable: el agua es uno de los peores enemigos cuando estás a la intemperie. Mojarte no solo genera incomodidad: también aumenta el riesgo de hipotermia, incluso en climas templados. El paraguas además puede servirte para cubrirte del sol.
Higiene básica: prevenir es más fácil que curar
Papel higiénico (puedes llevar un rollo a medio usar sin el tubo, protegido en bolsa con cierre hermético) o toallitas húmedas: no solo para ir al baño, también útiles para limpiar manos, rostro o zonas sensibles del cuerpo cuando no hay agua disponible.
Cepillo de dientes + pasta dental pequeña: mantener la higiene bucal durante una crisis puede parecer secundario, pero evita infecciones y mejora tu sensación general de control y bienestar.
Jabón sólido o en láminas: ocupa poco y dura más. Sirve tanto para higiene personal como para lavar una prenda si es necesario.
Toalla de microfibra: ligera, compacta, de secado rápido. Ideal para secarte tras una lluvia, lavarte en el campo o improvisar una almohada enrollada.
- Desodorante : Algo tan simple como un desodorante puede tener un impacto significativo en cómo te sientes contigo mismo. No estamos acostumbrados a convivir con nuestro propio mal olor, y cuando eso ocurre, afecta no solo la higiene sino también el estado de ánimo, la autoestima y la sensación de control. Mantener ciertos hábitos mínimos de limpieza, incluso en condiciones adversas, no es una cuestión de vanidad, sino de salud mental y dignidad personal.
Descanso: proteger tu capacidad de recuperación
Una de las cosas que más sufre en emergencias —y que más se subestima— es el descanso. Dormir mal afecta directamente tu estado físico, tu humor y tu capacidad de pensar con claridad. Por eso, en este módulo incluyo dos elementos que ocupan casi nada, pero tienen un impacto enorme:
Tapones para los oídos: dormir rodeado de ruido, con gente hablando, perros ladrando o vehículos pasando puede impedirte descansar, aunque estés físicamente agotado. Los tapones te permiten desconectar parcialmente del entorno sin aislarte por completo.
Antifaz: útil si tienes que dormir en sitios iluminados (una sala con luz constante, una calle, un refugio con linternas encendidas). También ayuda a marcar una “señal de sueño” para tu cuerpo, lo que puede ser muy difícil en momentos de estrés.
Comodidad mínima = energía sostenida
Ninguno de estos objetos es un lujo. Todos cumplen funciones muy concretas: mantener la piel limpia, el cuerpo seco, la mente enfocada y el descanso reparador. En conjunto, permiten conservar dignidad, salud básica y claridad mental, tres factores que pueden deteriorarse rápidamente cuando pasamos varios días fuera de casa, sin servicios, durmiendo en condiciones adversas.
Este bolsillo personal no ocupa demasiado espacio, pero te da una base real para resistir el desgaste físico y mental que traen consigo las emergencias. Tenerlo bien armado y personalizado puede ser la diferencia entre atravesar una crisis con resiliencia o ver cómo cada día empeora tu situación física y anímica por detalles que eran perfectamente evitables.
🍫 Alimentación y OCIO
El corazón de tu mochila de emergencia es el compartimento principal, reservado para los recursos más vitales: comida y agua. En situaciones de emergencia, mantenerte alimentado e hidratado no es solo una cuestión de supervivencia física; también es una manera de sostener la energía, la concentración y la estabilidad emocional cuando todo a tu alrededor se vuelve incierto.
Este módulo debe planificarse con especial atención. Aquí no hay espacio para alimentos que requieran refrigeración, cocción complicada o que ocupen mucho volumen sin aportar valor nutricional. El criterio principal es la densidad calórica, la facilidad de consumo y el equilibrio entre grasas, sal y proteínas. No se trata de comer bien, sino de alimentarse con lo suficiente para mantenerse activo y claro mentalmente durante al menos tres días.
Alimentación: sencilla, energética, útil
Mi enfoque personal combina alimentos duraderos, listos para comer, y que puedan resistir bien cambios de temperatura. Estos son algunos ejemplos de lo que incluyo:
Latas pequeñas de atún, sardinas o mejillones en escabeche: aportan proteínas de alta calidad, grasas saludables y sal, tres elementos clave para mantener el cuerpo funcionando con normalidad bajo esfuerzo o estrés. El escabeche, además, ayuda a conservar y mejora el sabor incluso sin calentar.
Frutos secos variados (almendras, nueces, cacahuetes): alta densidad calórica en poco espacio, buena fuente de grasas y proteínas, no requieren preparación y se conservan muy bien.
Barritas energéticas o de cereales: son una forma práctica de obtener energía rápida. Algunas están reforzadas con vitaminas y minerales, lo que suma valor si las condiciones se prolongan.
Chocolate negro: no solo aporta energía, sino que también tiene un efecto positivo en el ánimo. En momentos duros, el simple acto de comer algo que te gusta puede marcar una diferencia emocional real.
Bolsas de arroz precocido o legumbres cocidas: vienen listas para consumir, frías si es necesario. No es lo más agradable, pero aportan carbohidratos complejos, fibra y saciedad sin necesitar cocina.
Sobres pequeños de sal y azúcar: guardados en bolsas tipo ziplock. La sal es clave si sudas mucho, y el azúcar puede ayudarte en momentos de bajón energético o incluso como elemento de intercambio.
Todo esto puede organizarse en bolsas individuales o envases herméticos dentro del compartimento, para proteger el contenido y facilitar el acceso.
Hidratación: más importante de lo que parece
El cuerpo humano puede resistir varios días sin comida, pero sin agua, el margen se reduce drásticamente. Por eso, este módulo incluye también lo necesario para asegurar una hidratación mínima:
Dos botellas rígidas de un litro: más resistentes que las flexibles y menos propensas a pincharse o romperse si la mochila cae o recibe un golpe.
Pastillas potabilizadoras (mínimo dos): no ocupan espacio y te permiten convertir agua de fuentes dudosas en algo seguro para beber. Son una reserva crítica en caso de que tus botellas se agoten y no haya acceso inmediato a agua limpia.
Filtro portátil: si no lo llevas en el compartimento de herramientas, este también puede ir aquí. Te da una solución rápida y práctica para potabilizar agua directamente de ríos, grifos, estanques o depósitos urbanos.
Utensilios básicos
No se trata de montar una cocina de campaña, pero sí de tener las herramientas mínimas para preparar, calentar o consumir alimentos de forma práctica, segura y, cuando sea posible, reconfortante. Comer algo caliente en medio del caos puede no ser esencial… pero sí puede marcar la diferencia en tu estado anímico y tu sensación de normalidad.
Spork (cuchara-tenedor plegable): con una sola herramienta puedes cubrir casi cualquier necesidad alimenticia. Las hay de acero inoxidable, titanio (más livianas y resistentes) o plástico duro. No ocupan espacio y son mucho más higiénicas que usar los dedos o improvisar utensilios.
Servilletas o paños reutilizables, guardados en bolsas herméticas: permiten mantener las manos limpias, improvisar una superficie para comer o incluso secar utensilios después de usarlos.
Una pequeña sartén o recipiente metálico resistente (como una taza de acero inoxidable o un mess kit militar): sirve tanto para calentar alimentos como para hervir agua, derretir nieve o usar como plato. Cuanto más multifunción, mejor.
Un hornillo compacto a gas (tipo mini estufa de rosca con cartucho): hay modelos muy pequeños y ligeros que permiten calentar una bebida o una comida en minutos. Si bien no es indispensable, puede ser una gran ventaja si las condiciones lo permiten.
Un mechero y encendedor de ferrocerio: aunque ya lo lleves en el módulo de herramientas, vale la pena duplicar este recurso aquí. Encender fuego o el hornillo de forma rápida y fiable es clave si estás bajo presión.
Encendedores de pastilla o gel combustible sólido: en caso de no tener hornillo o gas, estas pastillas permiten calentar algo de forma sencilla y sin llama abierta. Se usan junto a soportes plegables de acero y no pesan casi nada.
Pastillas potabilizadoras adicionales o una bolsita de té o café instantáneo: no son indispensables, pero un café caliente puede tener un valor emocional altísimo en medio del frío, el cansancio o el estrés.
ocio: más valioso de lo que parece
En situaciones donde hay que esperar, dormir poco o convivir con desconocidos en un refugio, el tiempo puede volverse pesado, y el estrés mental, acumulativo. Llevar un objeto de entretenimiento sencillo y compacto puede parecer irrelevante, pero es una inversión en tu salud emocional.
Una baraja de cartas: pesa poco, ocupa lo mismo que un móvil, y puede darte muchas horas de distracción. Puedes jugar en solitario (como el clásico solitario), con otras personas para socializar, o simplemente usarla como una rutina que le dé estructura al día.
Un cuaderno pequeño + lápiz o bolígrafo: para escribir, anotar lo importante, dibujar, ordenar ideas o registrar lo que sucede. Escribir ayuda a liberar tensión y también puede tener un valor práctico (como dejar notas si estás en movimiento o documentar rutas).
El objetivo de este módulo no es comer bien, sino mantenerte funcional. La energía que consumes debe compensar el gasto físico y mental, y el agua debe estar asegurada incluso si los servicios fallan completamente. Y si además puedes mantener la mente ocupada y el ánimo medianamente estable, tus posibilidades de atravesar con éxito una situación crítica aumentan notablemente.
📑Documentación personal
Elementos extra: lo pequeño que marca la diferencia
Además de los compartimentos principales, siempre reservo un espacio discreto para ciertos elementos clave que, aunque no ocupan mucho, pueden ser fundamentales en situaciones de alta tensión o desorganización. Se trata de objetos que no encajan del todo en los módulos de alimentación, higiene o herramientas, pero que cumplen funciones críticas para la identificación, la comunicación, el acceso a ayuda o la gestión general del equipo.
Documentación esencial, siempre accesible y protegida
En un pequeño bolsillo oculto e impermeable —idealmente uno interior, bien cerrado— llevo copias impresas de mis documentos más importantes:
DNI o pasaporte,
Tarjeta sanitaria o de seguridad social,
Teléfonos de emergencia personal y públicos (familiares, centro de salud, contacto de confianza).
Estas copias están plastificadas o protegidas en fundas resistentes al agua, para evitar que se deterioren con la humedad o el roce. También incluyo una hoja con datos médicos básicos: grupo sanguíneo, alergias, medicamentos que tomo regularmente y cualquier condición de salud relevante. Si llego a estar inconsciente o desorientado, esto puede facilitar una atención más rápida y adecuada por parte de otros.
Llevar copias impresas no es redundante: en una emergencia, tu teléfono puede estar sin batería o fuera de cobertura. Tener tus datos a mano en papel es una forma simple pero poderosa de no perder acceso a tu identidad o tus redes de ayuda.
Dinero en efectivo: cuando lo digital deja de funcionar
Otro elemento que casi nunca falla en mi mochila es una pequeña reserva de dinero en billetes pequeños —generalmente entre 150 y 300 euros— repartidos en denominaciones de 5 y 10. Esto permite:
Comprar algo básico sin depender de datáfonos (que podrían estar fuera de servicio).
Pagar un transporte, comida o recarga móvil.
Dar un incentivo si necesitas ayuda o acceso a un recurso (como llenar una botella en un comercio cerrado).
En emergencias urbanas, el efectivo puede ser más útil que una tarjeta sin señal o una app bloqueada. Llevar una cantidad discreta, bien guardada, puede sacarte de más de un apuro.
Cargador portátil y cable: mantener el contacto, al menos una vez más
En un lateral de fácil acceso llevo siempre una batería externa o power bank cargada, junto a su cable compatible con mi teléfono móvil. No necesitas un modelo grande ni pesado, pero sí uno confiable, con capacidad suficiente para al menos una carga completa del teléfono. Esto te garantiza:
Hacer una llamada o enviar un mensaje crucial.
Usar el GPS al menos durante unas horas.
Acceder a tus notas o mapas guardados si no tienes acceso a papel.
La comunicación puede ser intermitente o colapsar, pero tener una última oportunidad de conectarte puede marcar la diferencia entre quedarte aislado o encontrar ayuda.
Inventario plastificado: control bajo presión
Un recurso sencillo, pero extremadamente útil: una hoja plastificada con el inventario completo de mi mochila. Está organizada por módulos (alimentación, salud, herramientas, etc.) y me permite:
Verificar de un vistazo si falta algo antes de salir.
Hacer revisiones periódicas sin vaciar todo.
Permitir que otra persona pueda ayudarte si estás incapacitado (por ejemplo, guiándola para encontrar el botiquín o el cargador).
También puedes anotar la fecha del último chequeo, especialmente si hay productos con caducidad (alimentos, medicamentos, baterías).
🧠 Recuerda
Una mochila de 72 horas bien preparada no se mide por la cantidad de cosas que lleva, sino por la calidad de cada decisión que la compone. Es una herramienta diseñada para darte autonomía durante un momento crítico, no una maleta de viaje ni un juego de supervivencia extrema.
Cada objeto debe tener una función clara, estar agrupado de manera lógica y responder a una necesidad concreta y realista: proteger tu salud, mantenerte alimentado, asegurar comunicación básica, ayudarte a descansar y conservar algo de dignidad en medio del caos. Nada más, pero tampoco nada menos.
No estás empacando para ir de campamento ni para huir al bosque, sino para moverte con cierta capacidad de acción dentro de entornos urbanos o semiurbanos alterados por crisis: cortes de servicios, evacuaciones temporales, fallos logísticos, o situaciones de alto estrés donde lo más valioso no es lo que llevas encima, sino lo que sabes hacer con ello.
La preparación no termina cuando cierras la mochila. Al contrario: revisarla cada pocos meses, verificar el estado de lo que contiene, adaptarla a la estación del año, al clima, a tus circunstancias personales y familiares (por ejemplo, si cambia tu medicación, si tienes hijos, si te mudas a una zona diferente) es parte integral del proceso.
Y sobre todo, conocer bien cómo usar cada cosa. No sirve de nada llevar una venda si no sabes aplicarla, o tener un filtro de agua si no lo has probado nunca. La mochila no reemplaza tus habilidades: las complementa.
Prepararse no es anticipar el desastre, sino disminuir el impacto cuando ocurra. Una mochila bien pensada no elimina la incertidumbre, pero sí reduce el caos. Te da estructura, opciones, y algo muy valioso en momentos difíciles: un margen de acción propio.